Mira que lo que siento hacia Camela es adoración, pero afirmo que están equivocados. Al menos, que yerran en el planteamiento de su hit atemporal “Nunca debí enamorarme”. Qué bonito es caer en el amor, como dicen los anglosajones. Aunque sea tropezando, aunque te deje de rodillas, algo lastimado, vulnerable. O precisamente por ello. Qué gris es el mundo cuando tienes el control, cuando la rutina te crea una falsa sensación de sosiego y bienestar, cuando la apariencia de felicidad es solo eso: una neblina que, a la larga, comienza a heder.

Lo digo desde la distancia, claro. Desde los años baldíos en los que he tenido el control, rodeado por la seguridad vana de la rutina y los sexos y afectos desprovistos de lazos duraderos. La melancolía de querer a alguien tanto que duela -de una manera placentera. Aunque no te quieran de vuelta, aunque no te lleguen a conocer. Aunque para la otra persona seas un suspiro, un escalón leve y efímero.